… Aquel 25 de enero los chinos celebraban la víspera de año nuevo mientras al otro lado de la pelota azul, el día despuntaba sus primeros rayos de sol viendo al equipo de Alajuela partir a la tierra hermana de San Ramón. El reencuentro con el abrazo de los peñeros de Guanacaste y los futuros peñeros de Moncho estuvo como siempre lleno de calor humano, en medio de unos pelos de gato que acompañaron la jornada como testigos del derroche de creatividad y apoyo mutuo que se hicieron factor común en esta ecuación para el arte y la cultura.

Dicen unos que llovía de lado, alguien más apuntó que en realidad era de abajo para arriba, lo cierto es que la vista era maravillosa, el lugar acogedor y más de uno salió de allí haciéndole números al “matadero” del ranchillo que cobijó como pudo a grandes y a pequeño, (porque Emiliano no podía faltar) cerca de San Ramón pero más cerca aún del cielo. En medio de un frío épico y una humedad que no doblegó la sonrisa de nadie, se decidieron futuros, se construyeron monumentos a la emoción, reflexión y acción, se iluminaron caminos para este año y se fortalecieron lazos gracias a un fenómeno guanacasteco contagioso como su música y al que la fortuna ha designado un nombre extraordinariamente sencillo: Peña.

Al medio día, las nubes cedieron un poco al ímpetu de la estrella más cercana a nuestro hogar y permitieron un poco de calor, un poco de canción y un poco de visión de lo que sería la velada de ese día, además, el ánimo encendió la plancha de los milagros (porque milagrosamente todo el mundo despertó con el sabor de la tortilla, carne, pollo y salchichón), para emprender camino Moncho nuevamente y continuar la faena con el aporte espiritual.

Brenda y Soledad que tomaron la guía, transformaron a través de sus palabras, la energía dispersa de emociones y criterios separados en un flujo sostenido, equilibrado y uniforme, una pausa refrescante para el cuerpo y para el alma, un elixir reedificante desde dentro y todas partes.

El cafecito de la tarde contó con más sonrisas que cualquier otro momento previo a los masajitos y en aquel momento se unieron al encuentro, tres ilustres visitantes para la fiesta que empezaba… no tardaron mucho en aparecer cables, parlante y sillas en el antejardín de la familia Rodríguez Rojas y en solo un parpadeo, nombres al azar comenzaron a salir de un pequeño gorro de lana.

Allan nos trajo a un grillo que miraba a su mar lleno de un sentimiento que estaba lejos de terminar, porque allí sólo empezaba todo: con los ojos verdes de su madre se despedía de la guitarra para que su hermano Olman continuara la nueva aventura en San Ramón con su primera Peña oficial. El dueto de bailarinas “Almas” hizo su aporte con una intervención de Danza del Vientre objeto de todas las miradas y seguramente generadora de algunas ideas creativas. Los hermanos Eduardo y Luis Pablo Rodríguez hicieron honor a su hogar con su talentosa participación, además del compromiso animoso de continuar la tradición peñera en su pueblo, su hermana Katherine también participó con guitarra y charango, Manrique estalló en versos y prosa para darle la palabra a la palabra y por azares mismos esa palabra continuó con la participación de Jose y sus cuentos (y comento aquí porque me lo dijo: sintió que el tiempo se detuvo por la pausa en el movimiento que percibió de ese público hermoso). David se emocionó con la guitarra y dos canciones en lo que supuso sería el final de la peña, lo que no imaginó es que se encargaría de generar la chispa que faltaba para que el ánimo se expandiera aún mas y surgieran minuto a minuto canciones y pregones que inundaron las horas de una velada prolongada hasta quién sabe cuando, porque algunas peñas se parecen a las leyendas, simple y llanamente nunca tendrán fin mientras alguien sepa su historia…

José Martínez